Hace millones de años, los amonites (criaturas parecidas a calamares) gobernaban los océanos antiguos. Aunque estos fascinantes animales ahora están extintos, sus caparazones bellamente conservados se han convertido en una fuente de investigación científica y de una belleza impresionante: la vibrante piedra preciosa conocida como ammolita. Esta brillante gema, que a menudo se encuentra en restos de amonitas fosilizados de la Formación Bearpaw en Alberta, Canadá, cuenta con una cautivadora variedad de colores iridiscentes. ¿Pero qué le da a la ammolita su brillo único?
Una investigación reciente publicada en Scientific Reports por Hiroaki Imai y su equipo de la Universidad de Keio en Japón ofrece respuestas convincentes. El estudio revela que los fascinantes tonos de la ammolita son el resultado de estructuras increíblemente intrincadas formadas dentro del caparazón, que muestran una fascinante interacción entre procesos biológicos y geológicos.
En el corazón de este fenómeno se encuentra el nácar, también conocido como nácar, la capa iridiscente que se encuentra dentro de muchas conchas de moluscos, tanto vivos como fosilizados. El nácar de amonita se compone de placas de aragonito (un tipo de mineral de carbonato de calcio) meticulosamente estratificadas intercaladas con diminutos espacios llenos de aire. El grosor preciso de estas placas de aragonito y las bolsas de aire de tamaño constante entre ellas son cruciales para la coloración vibrante de la ammolita.
Estas pequeñas estructuras actúan como prismas microscópicos, reflejando longitudes de onda de luz específicas según su tamaño y espaciado. Cuando la luz blanca incide en esta intrincada disposición, se difracta (se separa en sus colores constituyentes), creando el deslumbrante juego de tonos iridiscentes que caracterizan a la ammolita.
“Nos emocionó descubrir que una estructura tan exquisita se crea mediante la colaboración de procesos biológicos y geológicos”, señaló el Dr. Imai.
El equipo comparó el nácar de fósiles de amonita encontrados en Canadá y Madagascar, junto con capas similares de conchas de abulón y nautilo. Si bien todos los especímenes mostraban placas de aragonito apiladas, las variaciones en su espesor y tamaño de los espacios de aire fueron clave para comprender el brillo único de la ammolita. En particular, incluso cuando se eliminó el material orgánico presente en conchas modernas como el abulón, estas conchas no pudieron replicar la intensidad del color que se observa en las amonitas de la Formación Bearpaw.
Esto sugiere que una combinación específica de factores (la estructura de capas uniforme y los espacios de aire de tamaño preciso presentes sólo en ciertos fósiles de amonita) son responsables de la iridiscencia excepcional observada en la ammolita.
“Esa fue una contribución muy valiosa de este artículo”, comentó el geólogo Paul Johnston de la Universidad Mount Royal, que no participó en el estudio. Compara la disposición dentro de estas conchas con pequeños ladrillos con un espaciado constante, formados a través de procesos de fosilización exclusivos de esas amonitas particulares que se encuentran en Alberta.
Si bien se sabe que la ammolita se origina a partir de varias especies de amonita que se encuentran a lo largo de la Formación Bearpaw, no todas producen esta vibrante piedra preciosa. Algunos permanecen de color blanco o cremoso, lo que genera más preguntas para los investigadores.
“Existe algún tipo de diferencia geológica que aún no hemos descubierto”, observó el Dr. Johnston.
Este descubrimiento abre vías interesantes para futuras investigaciones sobre las condiciones geológicas precisas que fomentaron estos notables fósiles iridiscentes dentro de la Formación Bearpaw.
Neil Landman, curador emérito de invertebrados fósiles en el Museo Americano de Historia Natural (que no participó en el estudio), se hizo eco de este sentimiento: “Esto, para mí, es como el cruce entre ciencia y arte”.
Considera que la investigación es un trampolín para investigar los factores geológicos únicos que influyen en la iridiscencia de estos fósiles antiguos. La interacción de la vida y la geología que creó la ammolita sirve como un testimonio sorprendente de la intrincada belleza escondida en la historia de nuestro planeta.
