Durante décadas, los científicos han creído que la Luna de la Tierra no era un satélite natural, sino el resultado de un impacto colosal. Un cuerpo del tamaño de Marte, apodado Theia, se estrelló contra la Tierra primitiva, y los restos se fusionaron para formar la Luna. Una nueva investigación publicada en Science proporciona pruebas convincentes de que este nacimiento violento estuvo aún más entrelazado químicamente de lo que se pensaba anteriormente.
El misterio de los orígenes de Theia
El mayor enigma que rodea la formación de la Luna siempre ha sido: ¿de dónde vino Theia? ¿Fue un planeta rebelde que deambulaba por el sistema solar primitivo o se originó más cerca de casa? El nuevo estudio sugiere lo último.
Los investigadores analizaron las huellas químicas en rocas terrestres, meteoritos y muestras lunares. Descubrieron que la composición de Theia era notablemente similar a la de la Tierra. Esto significa que ambos cuerpos se formaron a partir de los mismos materiales primordiales en el sistema solar interior, girando alrededor del joven Sol.
Una química similar confirma un impacto local
La superposición química explica por qué las rocas lunares reflejan tan fielmente la composición de la Tierra. Si Theia hubiera sido drásticamente diferente, la Luna probablemente reflejaría esa disparidad. En cambio, la evidencia apunta a una colisión entre dos mundos químicamente afines.
El cosmoquímico Nicolas Dauphas describió el sistema solar primitivo como un “vasto juego de billar cósmico”, donde la formación planetaria era un proceso caótico de colisiones y fusiones. El impacto de la formación de la Luna no fue un evento aleatorio; fue una consecuencia natural de esta era turbulenta.
Qué significa esto para comprender la formación planetaria
Este descubrimiento no sólo resuelve un misterio lunar de larga data. Refina nuestra comprensión de cómo se forman los planetas en general. Si Theia y la Tierra surgieron de los mismos materiales, sugiere que el sistema solar interior era más homogéneo de lo que se imaginaba.
Esta investigación subraya los orígenes violentos, pero elegantes, de nuestro sistema planetario. La Luna, lejos de ser un cuerpo celeste sereno, es un testimonio de las fuerzas destructivas que dieron forma a los mundos que habitamos hoy.
